A
aquel hombre le habían detenido, secuestrado, encerrado, borrado del mapa. Lo
más increíble, para nuestra época, es que el motivo eran algunas diferencias de
pensamiento, sólo algunas. Pero estamos en el siglo XVI, y los principios,
sobre todo los religiosos, podían llegar a ser mucho más importantes que el simple respeto a un ser humano.
Le metieron en una mazmorra, y empezó
su calvario. Muchos días, sólo pan y agua. A veces, una sardina. O media. Y aún
peor, no tenía ropa para cambiarse. Los piojos le atormentaban. El recipiente
donde hacía sus necesidades no siempre se lo retiraban. El mal olor era mareante.
Apenas llegaba la ventilación o la luz a aquel agujero negro. Aunque no fuera
lo peor, el trato podía llegar a ser de menosprecio y burla. Ni pensar en poder
leer nada, como aquel hombre tenía por costumbre.
¿De qué forma pudo soportar tal
crueldad durante ocho meses?
Es importante que sepamos que era
persona de gran vida interior. Religioso, sí, pero además con una intensa vida
espiritual, pues una cosa y otra no siempre van unidas. Probablemente no
erraremos si le imaginamos, en aquellos interminables días, semanas, meses de
penurias y extrema soledad, cerrando los ojos y viviendo muy adentro de sí
mismo otra vida secreta, libre, rica en compañía y consuelo. Pero, ¿de qué
forma esto fue así? Sigamos su biografía.
Avanzado su cautiverio, le cambiaron el
carcelero, y era el nuevo de mayor humanidad que sus antecesores. Le permitió
algún paseo fuera de la celda, mejoró el
trato y parece ser que le proporcionó papel y pluma, como el preso le había
rogado. Éste comenzó entonces a ver posible la fuga. Y así fue que una noche
consiguió deslizarse abajo del muro de la prisión suspendido en unas telas que
había ido atando. La fortuna le ayudó y pudo llegar a un convento cercano, donde las monjas le reconocieron y escondieron, hasta que días más tarde pudo
huir definitivamente muy lejos de allí.
Lo más notable de esta historia quizá
sea lo que viene a continuación. No se sabe con exactitud si en su evasión
salvó escritos unos poemas que había ido componiendo en su cautiverio o es que andaban
todos refugiados en su memoria, que era muy notable. El hecho es que una de las
primeras cosas que hizo al llegar al convento fue ir recitando los dichos
poemas (treinta estrofas, llamadas liras, de cinco versos cada una) a una monja que los iba copiando, o bien para
salvarlos del olvido, o bien para que hubiera una copia más, o mezcla de ambas
cosas. No se sabe bien.
Y esos ciento cincuenta versos, hijos de su dolor y apartamiento del mundo,
comenzaron a circular en manuscritos varios.
¿Qué tipo de poesía engendró aquel
cautiverio extremo?
Tenemos estos poemas sobre nuestra
mesa, aunque no fue fácil que llegaran a ser impresos. La obra comenzó a nacer
en prisión en 1578 y anduvo circulando, como hemos dicho, en bastantes copias
hasta 1630, cuando por primera vez fue libro. Leemos algunos de sus versos
ahora, sin dejar de pensar que esto es lo que vio un hombre que malvivía en una celda sucia y aislada del mundo, cuando cerraba los
ojos y algo bien distinto se le ofrecía.
¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste
con gemido?
Como el ciervo
huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti
clamando, y eras ido.
Pastores los que fuerdes
allá por las majadas
al otero,
si por ventura
vierdes
aquel que yo más
quiero,
decidle que
adolezco, peno y muero.
Esta historia de amor es y no es tal, pues el
texto lleva un título imprescindible
para el buen entendimiento de su intención:
Canciones entre el alma y el
Esposo
El
alma del hombre busca vivamente el
encuentro con el Amado, que en este caso
es la divinidad. Llegados a este punto, muchos entre quienes estén leyendo este
escrito ya habrán reconocido a su autor, incluso desde las primeras líneas. Más
aún, el título de este blog, Un entender
no entendiendo, se debe a un verso suyo, que algún día comentaremos, aunque
yo lo he tomado en un sentido muy amplio, como se irá viendo en sucesivas
historias. Sí, el fraile cautivo por desavenencias con hermanos de la misma
orden, los carmelitas, pero con distintas opiniones sobre cómo profesarla, los
llamados calzados, no es otro que Juan
de Yepes, después conocido como Juan de la Cruz o San Juan de la Cruz.
Y la obra en cuestión, el Cántico espiritual. Leamos un poco más:
Mi Amado, las montañas,
los valles
solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los
aires amorosos.
La noche sosegada
en par de los
levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena, que recrea
y enamora.
(…)
Mi alma se ha
empleado,
y todo mi caudal en
su servicio:
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro
oficio;
que ya sólo en amar
es mi ejercicio.
Afirman todas
las biografías de Juan de la Cruz que fue en agosto de 1578 cuando consiguió
evadirse de la cárcel. Mas si uno lee estas estrofas que allí fue pacientemente
creando, afinando las rimas, resolviendo el número de sílabas, ya siete, ya
once, de sus versos, recreando ese camino del alma por valles y montañas al
encuentro anhelado con la Fuente de amor hondamente presentida, hay que sacar
la conclusión de que Juan de la Cruz salió
de su prisión muchas, muchas veces, a lo largo de aquel tiempo, sin que
sus carceleros pudieran darse cuenta.
Juan de la Cruz dejaba en un rincón de
su caverna su menguado y dolorido cuerpo, y estaba, en toda su entidad última,
por “bosques y espesuras,/plantadas por la mano del Amado”, por un prado “de
flores esmaltado”, por “cristalina fuente”, entre pastores, vientos , olores…
Juan de la Cruz se iba una y otra
vez de su encarcelamiento, y nadie podía impedirlo. ¿Nos mostró con ello algo
al alcance de todo ser humano? ¿Podemos todos, en la adversidad, no hundirnos
por completo en ella, sino retirarnos hacia adentro y encontrar algo más, algo
mejor, de lo que regresemos a nuestro combate más serenos, más fuertes, más
libres?
Antonio Machado escribió: “Nadie
es más que nadie”. De ser así, Juan de la Cruz nos puede haber enseñado a
muchos que nuestro espacio interior está esperándonos. En el suyo aguardaba una
poesía que 434 años después se sigue leyendo, cantando y recitando. La poesía
de un clásico, traducido a muchas lenguas, citado en miles de estudios y que
hoy, en la era de la informática, tiene cinco millones de entradas, según indica el buscador.
Yo también quiero buscar qué
me espera en mi espacio interior, cuáles son mis bosques, mis ríos, mis
pastores. No sé si encontraré plenamente al “Amado”, pero voy descubriendo que
no es un espacio inhóspito, mudo, ausente, y que cuando llegue el caso,quizá también llegue a decir, como el poeta:
¡Ay, quién podrá sanarme!
Y probablemente no sea en vano.