Quien
al abrir el sobre de unos análisis clínicos se haya encontrado con términos
como “adenocarcinoma”, “neoplasia” o, definitivamente, “tumor”, es posible que
en los meses posteriores haya acabado leyendo alguno de los libros del Doctor
Bernie Siegel. Como estamos ante uno de
los mayores retos que la vida puede traer, entre este párrafo y el siguiente
habrá más que un doble espacio. Un poquito de silencio, una respiración serena,
y también un margen para la esperanza que este hombre se ha empeñado en
transmitir a través de las historias de sus pacientes.
Bernie Siegel nació en Nueva York, en 1932. El hecho es que está plenamente activo: en su
página web se anuncian sus conferencias, talleres y charlas radiofónicas para
esta primavera y recientemente ha publicado su libro número 12 (“Un libro de
milagros: Historias verdaderas de curación, gratitud y amor”). Estudió Medicina
y se doctoró en Nueva York y ejerció como cirujano en un hospital de New Haven,
la ciudad que alberga la famosa universidad de Yale. A partir de 1989 dejó la
cirugía para dedicarse de lleno a escribir, dar conferencias y trabajar con
grupos de pacientes, con sus familiares y con sus cuidadores, en torno al
proyecto que había creado en 1978: los ECaP.
“Pacientes excepcionales de cáncer”:
esto son los grupos ECaP. Siegel explica
que este proyecto surgió asistiendo en 1977
a un taller, al que se había apuntado
“por las dificultades que se me planteaban como médico: debido a lo
inadecuado de mi formación, no sabía cómo tratar a los pacientes en cuanto
personas. Como muchos médicos, había levantado murallas a mi alrededor para
protegerme del dolor emocional que presenciaba. Se me había preparado para
tratar las enfermedades, y cuando me di cuenta de que no podía curarlas todas,
empecé a sentirme un fracasado”. Ese día una paciente suya afectada de cáncer
de mama, que también asistía al taller, le dijo:
—
“¿Sabe
usted lo que necesito saber? Cómo vivir día a día, entre
una
visita y otra a su consulta.”
Bernie Siegel quiso dar respuesta a
aquellas palabras y para ello ideó unos grupos en los que los pacientes
pudieran “hablar de su vida, hacer dibujos, convivir con su enfermedad”. A sus
primeras cien cartas a pacientes, sólo respondieron doce mujeres. Así
empezaron. Hoy hay grupos ECaP por todo el mundo y la perspectiva de estos
grupos ha influido también en la formación de profesionales de la medicina y en
la atención hospitalaria. ¿Qué ocurre en tales grupos? ¿Por qué se habla de pacientes
“excepcionales”?
Bernie (como él invita a que le llamen;
le haré caso sólo de vez en cuando) lo ha explicado ampliamente en sus libros.
Destaco tres, traducidos al castellano, aunque hay más: “Amor, medicina
milagrosa”, “Paz ,amor y autocuración” y
“Cómo vivir día a día”. Entrar en estos
libros es pasearse entre gente que ha desbordado el plazo de vida que los diagnósticos
médicos les adjudicaban, o que se han curado completamente, o que, aunque hayan
fallecido, han marchado de tal manera que su final no ha sido ningún fracaso.
Las reflexiones de Siegel, así como las muchas informaciones sobre la relación
mente-cuerpo, completan el intenso mensaje de fuerza que desprenden estas
lecturas. Las historias de sus pacientes abundan en todos ellos. Como ésta.
John era jardinero paisajista y amaba
su profesión. Los análisis confirmaron que tenía cáncer de estómago y que había
que operar. Cuando llegó a la consulta del Doctor Siegel, éste estaba a punto
de marchar de vacaciones y, como consideró que la operación era urgente, le
propuso que ingresara en el hospital de inmediato. Pero John le dijo que no
podía. ¿Por qué? Porque estaba comenzando la primavera y aquél era el momento
más importante para su profesión: para embellecer el mundo, como él decía. Dos
semanas después de las vacaciones de Siegel, volvió y le dijo que ya estaba
dispuesto para la operación. Se recuperó muy rápidamente, pero entonces había que administrarle quimioterapia y
radioterapia, pues la enfermedad no había desaparecido por completo. De nuevo
dijo que él no podía estar más tiempo de baja. Seguía siendo primavera y tenía
mucho por hacer. Así que John abandonó el hospital , pero el cáncer también le
abandonó a él. ¿Por qué? No había respuesta. Siegel hizo en su momento este
comentario:
John
está demasiado ocupado viviendo para estar enfermo. Ese es su verdadero
secreto. La cuestión es cómo lo explicamos en términos científicos. ¿Qué
podemos aprender de él? ¿Hay realmente una fisiología del optimismo, la paz, el
amor y la alegría?
La respuesta a estas preguntas ha
orientado la actividad de este médico. No se trata de rechazar ninguna de las
terapias que la Medicina ofrece hoy. No se trata, en definitiva, de hacer como
hizo en parte el hombre de esta historia no asistiendo a las sesiones de quimio
y radioterapia. Se trata de potenciar la capacidad de autocuración de cada
persona. Se trata de conocer la importancia que los pensamientos y los
sentimientos que albergamos pueden tener en nuestra curación.
Debemos
tratar de conocer a las personas a quienes cuidamos, como lo hacían los médicos
de generaciones anteriores. Deberíamos conocer tanto a la persona como a la
enfermedad, e interesarnos especialmente por aquellas personas que han mejorado
a pesar de las probabilidades adversas.
Otra historia. Era una mujer de unos 75
años. Los médicos no le daban más que unas pocas semanas de vida. Había crecido
en tiempos difíciles, con austeridad, en los años de la Gran Depresión en
América. Pese a ello, su hija, en un intento de animarla, le regaló un conjunto
de camisón y salto de cama, preciosos y muy caros. La mujer se quedó en
silencio al abrir el paquete. ¿Le parecía inútil aquel gasto dada su situación?
Miró a su hija y claramente le dijo que no le gustaba. Pero, señalando la
publicidad de bolsos de un periódico, le indicó uno que sí le hacía ilusión.
¿Podría devolver el regalo y comprarle el bolso?, preguntó la madre a la hija.
De entrada, la joven no entendía nada. Se trataba de un bolso de verano, ¡y
estaban en enero, y con aquel diagnóstico! A los pocos minutos la hija
reaccionó. Lo que su madre le estaba diciendo era si llegaría a vivir al menos seis meses. Por supuesto, le compró
el bolso. Y el bolso se gastó de tanto usarlo. Y la madre cumplió bastantes
años más.
“Cualquier cosa que ofrezca esperanza
tiene la potencialidad de curar”, comentaba Siegel. Hoy, disciplinas
científicas nuevas, como la psiconcología y la psiconeuroinmunología indagan y
experimentan en esta dirección. Hace ya unas décadas, la neurobióloga Rita Levi-Montalcini recibió el Premio Nobel de Medicina por su
descubrimiento del NGF, o factor de
crecimiento nervioso, una sustancia que
el cuerpo produce de forma natural. Su comentario parece oportuno traerlo a
estas líneas:
Siempre
se ha sabido que las condiciones psicológicas afectan al bienestar de las
personas por mediación del sistema inmunitario, pero jamás se había demostrado
estructuralmente que hubiera alguna relación. Ahora creemos que el NGF es algo así como un mensajero que los vincula.
En paralelo a las investigaciones,
por delante de ellas en muchos casos,
están estos grupos de pacientes excepcionales de cáncer (y de otras
enfermedades) en los que los asistentes comparten sus vivencias del proceso en
que están inmersos, se interpretan sueños o dibujos, se hace relajación,
algunos se inclinan por la visualización, meditan…todo en esta línea, cada vez
más consolidada, de fortalecer el sistema inmunitario, de reforzar la capacidad
de autocuración del cuerpo humano, sin por ello abandonar las terapias que la
Medicina pone a su alcance. Hay estudios diversos que avalan la bondad de
rescatar emociones contenidas, de sacarlas a la luz y así liberar energías de
curación. Por ejemplo, un estudio del psicólogo y profesor universitario James
Pennebaker demostraba que tendía a reforzarse el sistema inmunitario de
aquellas personas que escribían en un diario personal las vivencias de sus momentos traumáticos.
Sin embargo…también hay un final para
estos pacientes valerosos. Bernie Siegel, una y otra vez, lo recuerda:
Mi
trabajo consiste en derrotar el dolor de vivir, no la muerte, y esto todos los
pacientes excepcionales lo saben.
Una vez, Bernie tuvo un sueño. En él
alguien le decía que leyera el libro “Viaje a Ixtlan” de Carlos Castaneda. Muchos conocéis los libros de Castaneda en los que se narran las conversaciones y las
experiencias del mismo autor con un brujo yaqui, en México, llamado Don Juan.
Éste le introduce en el camino de una nueva percepción de la realidad con sus
palabras, pero también con las pruebas que le propone. El hecho es que, en una
primera lectura, Bernie encontró en el libro un remedio para sus dolores en el
cuello, pues Don Juan le dice a Castaneda que se compre una mochila y deje de
llevar pesos en las manos. Era lo que Siegel también hacía y así, con la
mochila inducida por el sueño, parece que se curó. Pero no quedó ahí el asunto.
Siegel volvió al libro a lo largo de su vida y siguió encontrando en él algo
más que aprender. Especialmente aquellos pasajes que se referían a la muerte.
Éste es el fragmento de “Viaje a Ixtlan” que más le inspiró. Se trata de la
respuesta de Don Juan a la idea que tenía Castaneda de que era mejor no
ocuparse de la muerte, porque sólo producía miedo y desánimo:
¡Eso
es pura idiotez! La muerte es la única consejera sabia que tenemos. Cada vez
que sientas, como siempre lo haces, que todo te está saliendo mal y que estás a
punto de ser aniquilado, vuélvete hacia tu muerte y pregúntale si es cierto. Tu
muerte te dirá que te equivocas, que nada importa en realidad más que su toque.
Tu muerte te dirá: “Todavía no te he tocado”.
Y mientras llega ese momento, los
pacientes de Siegel intentan “aprender a vivir, jubilosamente y con amor”. Unos
prolongan su vida más de lo esperado, otros se curan , pero todos, antes o
después, fallecen. Esa es la condición humana , aunque pueda no hacer falta
recordarlo. Pero lo que ha ocurrido en ese tiempo junto a la enfermedad es la
clave: “Los pacientes excepcionales no tratan de no morirse. Tratan de vivir hasta que se mueran”.
Sin embargo, llega un momento en que la
muerte “toca” y, ahí está el misterio, a
veces parece como si lo hiciera con palabras silenciosas que sólo consiguen oír
quienes ya van a comenzar su viaje definitivo. De ello tratan estas dos
historias extraídas de sus libros. Una la protagoniza una anciana y la otra un
niño.
Edward Salisbury trabajaba en una
residencia para ancianos como auxiliar de enfermería y antes de acabar su turno a las 23h. era su
costumbre despedirse de algunos residentes que insistían en que no dejara nunca
de hacerlo. La señora D. no podía caminar y él cada noche la llevaba de la
silla de ruedas a la cama. Después pasaba a arroparla y a darle el beso de
buenas noches. En sus conversaciones ella a menudo le preguntaba si creía en el
perdón.
Una noche, cuando Salisbury ya estaba
en su coche para regresar a casa, oyó un grito. Era la señora D. Había olvidado
despedirse de ella. Subió rápidamente y se la encontró sentada en la cama, muy
inquieta. No se trataba sólo de que no le hubiera dado las buenas noches ; ella
tenía una especial necesidad de hablar. Le preguntó si de verdad creía que Dios
lo perdonaba todo. Él muy de corazón la tranquilizó. Tenía la profunda
convicción de que así sería y que nada le impediría recibir el Amor y la Gracia
de Dios. Entonces la mujer le explicó su secreto, aquello que la tenía tan
inquieta desde hacía tantísimos años.
Cuando era joven había robado la
vajilla de plata de su familia para poder fugarse con su novio, y ya nunca más
los había vuelto a ver. Era la primera vez que se lo explicaba a alguien. Pero
aquel peso lo había arrastrado siempre y temía que al final de su vida le sería
tenido en cuenta.Salisbury
le aseguró que lo que Dios quería era que conociera su amor cuando ese momento
llegara. La mujer se tranquilizó.
Al día siguiente, al volver a la
residencia, sus compañeras le contaron lo que había ocurrido de madrugada. La
señora D. había cruzado andando todo el pasillo y se había dirigido al
mostrador de las enfermeras. Había dejado la Biblia y su dentadura postiza
porque, según dijo, no las iba a necesitar más y había regresado, también
andando, a su habitación. Al poco, había muerto.
Y la segunda historia, con la que se
cerrará este Lo que saben los pacientes
de Bernie Siegel, voy a dejar que la explique el mismo Bernie. No
encuentro mejor manera de transmitirla.
Yo
tuve una experiencia con un niño a quien había operado. Ahora estaba en el
hospital para morir, interrumpida toda terapia activa. Un día le dijo a su
madre:
—Pronto me convertiré en un pajarito y
me iré volando. Me gustaría que tú pudieras venir conmigo, pero no puedes.
Y durante semanas siguió así,
preparando a sus padres para su partida.
Como yo había sido su cirujano, seguí
visitándole regularmente, aunque como médico ya no había nada que pudiera hacer
por él. Una mañana, cuando entré, en vez de pedirme, como era habitual en él,
un helado o alguna otra cosa que yo pudiera llevarle, me dijo que me sentara a
su lado. Entonces hizo que su madre le pusiera una cinta de vídeo de dibujos
animados y estuvimos unos minutos mirándola. Cuando le dije que tenía que irme,
hizo algo que no había hecho nunca: se señaló ambas mejillas, indicándome que
se las besara. Y lo hice. Nunca antes se me había concedido tal privilegio, y
cuando salí de la habitación me sentía muy honrado por lo que me había permitido
hacer, hasta tal punto que tardé un rato en darme cuenta de que había estado
despidiéndose. Quince minutos después de que yo le besara, murió. Esa fue una
de las experiencias que me recordaron
por qué nunca abandono a mis pacientes…porque es mucho lo que tienen para dar.
El amor que dejó tras de sí aquel chiquillo me sostiene todavía.