Eckhart
Tolle parece haber venido al mundo para repetir una idea, aparentemente muy
simple, pero de incalculables consecuencias: que entre el pasado y el futuro de
cada ser humano hay un lugar interior donde vivir. Es el presente. Él suele
llamarlo también “el ahora”. La trascendencia de esta observación es enorme,
como parecen ir descubriendo los millones de lectores de sus obras en todo el
mundo, a medida que van experimentando, por sí mismos, qué aspecto de la
conciencia está tocando este hombre.
Vivir en el ahora quiere decir no estar
proyectado constantemente hacia el pasado o hacia el futuro por la actividad
incesante del pensamiento, lo cual parece ser el hábito más arraigado del
género humano. La mente, dirá Eckhart Tolle, es muy útil para resolver
situaciones concretas, programar actividades necesarias, sacar conclusiones en
un momento dado…pero es nefasta si no está a nuestro servicio, sino nosotros al
suyo.
La
mente es un instrumento soberbio si se usa correctamente. Sin embargo, si se
usa incorrectamente, se vuelve muy destructiva. Para decirlo con más precisión,
no se trata tanto de que usas la mente equivocadamente: generalmente no la usas
en absoluto, sino que ella te usa a ti. Ésa es la enfermedad. Crees que
tú eres la mente. Ése es el engaño. El instrumento se ha apoderado de
ti.(…)¿Puedes liberarte de tu mente cuando lo deseas? ¿Has encontrado el botón
para apagarla?
El pensamiento, pues, deviene compulsivo,
por regla general. Es esa voz incesante en la cabeza, que suele acompañarnos desde
que amanecemos hasta que reingresamos en el sueño. Y una de las consecuencias
de esta actividad es que nos lleva a una confusión lamentable: creemos que
somos lo que no somos, es decir, creemos que somos lo que pensamos, e inconscientes
de este error podemos gastarnos la vida entera.
La
mente te está usando a ti. Estás identificado con ella inconscientemente, y ni
siquiera sabes que eres su esclavo. Es como si estuvieras poseído sin saberlo,
y crees que la entidad posesora eres tú. La libertad comienza cuando te das
cuenta de que no eres la entidad posesora, el pensador. Saber eso te permite
observar la entidad. En el momento en que empiezas a observar al pensador
, se activa un nivel de conciencia superior. Entonces empiezas a darte cuenta
de que hay un vasto reino de inteligencia más allá del pensamiento, y de que el
pensamiento sólo es una pequeña parte de esa inteligencia. También te das
cuenta de que todas las cosas verdaderamente importantes —la belleza, el amor,
la creatividad, la alegría, la paz interna— surgen de más allá de la mente.
Empiezas a despertar.
A
la pregunta que tanto nos repetimos de quién soy yo (insistamos en esta idea
decisiva) solemos respondernos : yo soy este pensamiento, y el siguiente, y el
otro y aquél que tuve, y el que tendré mañana…La voz permanente en la cabeza,
el esquema de la vieja conciencia, dirá Tolle. Pero si yo no soy mis
pensamientos, entonces,¿ qué soy?
El
que ve eso. La conciencia que es anterior al pensamiento, el espacio en el que
tiene lugar el pensamiento (o la emoción, o la percepción sensorial).
Para poder acceder a esta lucidez, que
es la libertad de usar nuestra mente cuando lo creemos oportuno, y no más, hay
que centrarse en el momento presente, repetirá Eckhart Tolle una y otra vez y
desde múltiples ángulos de visión. ¿Cómo se consigue vivir el ahora? ¿Qué
ocurre cuando lo logramos?
Voy a dejar las respuestas para más
adelante, pues aún no he presentado al protagonista de esta historia. La razón
de no haberlo hecho al principio ha sido doble. Por una parte, Tolle se ha
convertido en alguien muy popular en los últimos quince años. Muchos lectores
ya saben de él. Pero, por otra parte, Eckhart Tolle no parece que tenga especial
interés en que se hable de su vida. Su intención clara es dar a conocer el mapa
interior de la conciencia y cómo moverse en él para alcanzar paz y sabiduría.
Sus detalles biográficos no los oculta, pero tampoco los promociona. Que no
insista en referirse a un pasado (su propia vida) es bien coherente con su
visión del ser humano. Pero yo creo interesante decir algo de este hombre,
sobre todo porque este recorrido por lo esencial de su obra va a culminar con
lo que le ocurrió cuando contaba 29 años, antes de todo esto, cuando no era Eckhart
Tolle, sino Ulrich Tolle, y nada sospechaba del poder del ahora ni de lo que
nos aguarda felizmente en el fondo de nuestro ser esperando a que aprendamos a
descubrirlo, que es a lo que él consagra su vida desde aquel suceso que
explicaré.
Tolle nació en algún lugar de Alemania
en 1948. Cuando sus padres se separaron, él siguió a su padre a su nuevo
destino: España. Tenía 13 años y acabó instalado en Alicante, donde el padre
viviría hasta el final de sus días, muy contento con su nueva adopción.
“Alicantino, borracho y fino”, bromeaba el señor Tolle, y Eckhart lo contó, en
un muy buen español, durante una conferencia en Barcelona.
Desde los 13 hasta los 19 años vivió en
Alicante, sin asistir a la escuela, pero sin dejar de leer y aprender por su
cuenta. A los 19 se fue a vivir a Inglaterra, dio clases de idiomas y se
preparó para poder ingresar en la Universidad, lo que consiguió a los 22 años,
en la Universidad de Londres. Cada año volvía a Alicante para visitar a su
padre. Su vida como universitario iba bien. Recibió una beca de postgrado en la
prestigiosa Universidad de Cambridge, donde ejercería la investigación. Pero su
vida personal naufragaba en medio de episodios de ansiedad, depresión y miedo.
Esta
era la realidad de Ulrich Tolle hasta los 29 .
Si damos un salto hacia adelante de 20
años, aquel joven sumido en el desasosiego, con ocasionales pensamientos
suicidas, se había convertido en el autor de un libro llamado “El poder del
ahora”, que iba firmado por Eckhart Tolle, su nuevo nombre para una nueva vida.
Con 3000 copias de inicio, el libro fue impactando a sus primeros lectores,
quienes no dejaban de recomendarlo. Por último, llegó a manos de la popular
presentadora de televisión en América Oprah Winfrey, que le dio un gran trato.
La fama del autor y la de su libro se multiplicaron. Lo mismo ocurrió con otro posterior (“Un mundo nuevo, ahora”)
y, en general, el mensaje de Tolle fue alcanzando una popularidad creciente.
Hasta 11 millones de personas llegaron a estar conectadas a unas charlas que
Tolle dio en el programa de Oprah Winfrey.
Hoy
sus libros llevan vendidos más de 8 millones de ejemplares y han sido
traducidos a 32 idiomas. Es el autor de temática espiritual más conocido en
Estados Unidos, y algo parecido le ocurre en otros lugares del mundo. ¿Qué
sucedió para que aquel hombre de apenas treinta años, que se arrastraba por la
vida casi sin fuerzas, llegara a formular una nueva manera de abordar la paz
interna y, sobre todo, llegara a conectar con tantísima gente que parecía, y
parece, estar esperando que alguien les hable así?:
Cuando
cesa el esfuerzo compulsivo por alejarse del ahora, la alegría del Ser fluye en
todo lo que haces. En cuanto tu atención se orienta hacia el ahora, sientes una
presencia, una quietud, una paz. Ya no dependes del futuro para conseguir la
satisfacción o la realización, no buscas en él la salvación. Por lo tanto, no
te apegas a los resultados. Ni el éxito ni el fracaso pueden cambiar el estado
de tu Ser interno.
Poco propenso, como dije, a hablar de sí
mismo y del pasado, Eckhart Tolle, no obstante, quiso explicar cómo empezó su
nueva vida, cómo salió del pozo, rescatado repentinamente por una comprensión
profunda de su estado mental, y cómo pasó de sentir su existencia como un peso
insoportable a descubrir belleza en cada cosa, a cada momento, durante meses, y
todavía hoy con repetida frecuencia.
Aún no había cumplido los treinta. Debió
de suceder en Inglaterra, donde entonces estaba becado en una universidad.
¿Cuánto había de ansiedad, de pánico o de depresión en su cabeza en aquel
tiempo? Quien ha probado algunas de estas pócimas sabe que si retornan un día y
otro y otro acaban por convertir la vida en una amargura insoportable. La
posibilidad de borrarse del mapa no estaba descartada. De pronto, una noche
despertó aterrorizado. Todo lo que vio en su habitación, e imagino que todo lo
que sabía que le esperaba más allá de sus cuatro paredes, le resultaba
detestable y sin ningún sentido.
Entonces tuvo un pensamiento: “No puedo
vivir conmigo”, que le dejó perplejo. Si no podía vivir con él mismo, es que
debía de haber dos “yo”. Era como cuando uno dice que no puede vivir con otra
persona, sólo que esa otra llevaba su mismo nombre. ¿Cuál de los dos “yo” era
real?, pensó. Pero no estaban las cosas como para ponerse a analizar más. Un
miedo arrasador le invadió y no supo cómo detenerlo. Justo en ese instante le
llegaron unas palabras. No las pensó, sino que surgieron, en su cabeza, en su
pecho, él no sabía de dónde procedían. “No te resistas a nada”. Y Ulrich Tolle
no se resistió. El miedo fue remitiendo y esa fuerza que parecía absorberle le
hizo perder la conciencia. Se desmayó o simplemente se durmió profundamente. Él
no lo precisa, pero aquel episodio aterrador cesó.
Al cabo de un tiempo le fueron
despertando los trinos de un pájaro. Con los ojos aún cerrados vio la imagen de
un diamante. Abrió los ojos. Tolle aún no lo sabía, pero aquél era el inicio de
un tiempo completamente nuevo para él. Su big bang personal. Era, en cierto
modo, un resucitado.
Las
primeras luces del alba se filtraban a través de las cortinas. Sin pensar,
sentí, supe, que la luz es infinitamente más de lo que solemos percibir
superficialmente. Aquella suave luminosidad que se filtraba por las cortinas
era el amor mismo. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Me puse de pie y caminé
por la habitación. Reconocía ese espacio y, sin embargo, sabía que nunca antes
lo había visto verdaderamente. Todo era fresco y prístino, como si acabara de
venir a la existencia. Tomé algunos objetos, un lápiz, una botella vacía,
maravillándome de su belleza, de la viveza de todo lo que me rodeaba.
Durante meses Tolle vivió en un estado
de dicha constante, aunque no sabía qué le había ocurrido. Fue un tiempo
después, tras muchas lecturas y conversaciones, cuando comprendió. Aquel “no
puedo vivir conmigo” le hizo conectar con un yo que, simple y serenamente , se
daba cuenta de todo y, aunque eso no lo
captó entonces, con un yo que no estaba hundido en el drama de su vida. Pero
Tolle, como solemos hacer todos, creía en aquella época que él no era más que
aquel ser atribulado, extraviado y sufriente. Lo que había experimentado de
forma tan total y repentina era estar en el mundo desde la esencia del “yo”, desde
el Ser que nos constituye, diría él. Probablemente lo que la mayoría de seres
humanos, consciente o inconscientemente, deseamos alcanzar.
Pero lo más importante fue que, con el
tiempo, quien ya se llamaba Eckhart Tolle (en referencia al místico de la Edad
Media Meister Eckhart) fue descubriendo
la manera de conectar con ese yo profundo que, en sus palabras y en las de
otras tradiciones espirituales, sería nuestra verdadera identidad. Una
identidad hecha de lucidez, de gozo, de belleza. Y a explicar todo ello está
dedicando su vida, desde hace más de
quince años, este hombre bienaventurado.
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Quedan ahora dos preguntas que dejé sin
respuesta antes de entrar en la biografía de Tolle, más una que voy a añadir
tras releer su relato de aquella noche clave.
¿Cómo se consigue vivir el ahora? Quien
haya visto y oído a Eckhart Tolle creo que podrá confirmar algo que ya se
desprende de la lectura de sus libros: es un hombre en calma, no tiene prisa
ninguna y no pretende decirnos lo que hemos de pensar o creer. Él invita a experimentar
su descubrimiento, de forma completamente personal. Sus propuestas tienen mucho
que ver con distintas formas de meditación, incluso de relajación o
visualización. El lenguaje con que lo presenta es muy sencillo. Una manera, no
la única, sería ésta. En calma, se trataría de observar los pensamientos y emociones que van apareciendo en nuestra
mente y que impiden una quietud interna. Y a partir de ahí, simplemente darse
cuenta de lo que ocurre. Qué ideas nos asaltan, cómo reaccionamos ante tal
situación o persona que aparecen, cuántas veces nos vamos al pasado o al futuro
(todo ello, como bien sabemos, en pocos minutos).
No juzgues ni analices lo que observas. Contempla
el pensamiento, siente la emoción,
observa la reacción. No las conviertas en un problema personal. Entonces sentirás algo más poderoso que cualquiera de
las cosas observadas: la presencia misma, serena y observante, que está detrás
de tus contenidos mentales: el observador silencioso.
La segunda pregunta era: ¿qué ocurre
cuando conectamos con el ahora, cuando permanecemos en él? Hay dos libros, ya
citados, dedicados a explicarlo abundantemente. Éste sería sólo un apunte:
En
nuestra profundidad, ¿qué hay?: absoluta quietud, en la que podemos
experimentar el gozo del Ser.
Este “Ser”, que ya ha aparecido en el texto, aún no
ha sido presentado. Es palabra clave. Pero no parece buen camino intentar
definirlo con palabras. Es preciso vivirlo para saberlo en silencio. Pero Tolle
ha de contestar a preguntas que le han hecho tantas veces y nos da pistas. El
Ser es la Fuente de la que brota la conciencia. Es lo No Manifestado. Donde el
tiempo no existe. Donde brota “la paz que sobrepasa toda comprensión”.
La última pregunta que anunciaba es la
que emana de la perplejidad que uno puede sentir al descubrir una historia como
ésta. Y no sé si para ella tendré algún día respuesta. Aquella noche en que todo cambió
para este hombre (y con los años, para mucha gente que se ha inspirado con él),
¿por qué ocurrió? Aquella transformación radical en unos minutos, ¿fue creada
en algún rincón del Universo?, ¿fue un regalo, una gracia? Y, en ese caso,
¿quién o qué escribió el guión y lo dirigió? También podría ser esta la
respuesta: nadie ni nada intervino deliberadamente en aquel despertar de un
hombre a una nueva visión de la realidad. Fue un proceso por sí mismo, fruto
tal vez de la saturación de dolor psicológico del sujeto, que acabaría sorprendentemente
engendrando un cambio radical, un renacimiento.
En este caso, sería el azar quien habría
propiciado la aparición de este hombre de luz. Ahora bien, si la respuesta
fuera que hubo alguien o algo que quiso que naciera este hombre nuevo que, como
diría Machado, parece haber venido al mundo para traernos unas pocas palabras
verdaderas, la cosa se pone mucho más interesante.
¿Es que hay alguien que quiere echarnos
una mano? Y si así fuera, ¿por qué querría hacerlo? O de otra manera: ¿qué es
el Ser, la Fuente, lo No Manifestado? ¿Es cierto que si voy acallando mi ruido
mental de siempre, mi distracción permanente hacia el pasado o el futuro,
descubriré que Su presencia también está en mí? Más aún, ¿que tú y yo, y el
resto de pronombres, somos esa conciencia serena y dichosa, aunque vivamos
alejados de ella?
Uno no quisiera renunciar a viajar en
ocasiones al dulce pasado, ni a sentir la fuerza de la esperanza en el futuro.
Pero quizá para poder hacerlo libremente, como una opción, no como una
obligación mental inagotable, haga falta
descubrir el tesoro escondido en nuestro interior. La luz y la dicha que ya
somos, quién sabe por qué.
Tal vez convenga intentarlo ahora.