En
mi ensoñación he ido hasta un lejano campo de batalla de Marruecos y, entre los miles de cadáveres que la
carnicería ha dejado, he reconocido uno, el de Francisco de Aldana. Varios días
leyendo sobre él, buscando más datos
aquí y allá, me han transportado, al cerrar los ojos, a este paisaje desolador
de “acero ensangrentado, /hueso en astilla, en él carne molida,/despedazado
arnés, rasgada malla”, como él mismo había escrito un día, en versos sin fecha.
¿Por qué acabó aquí la vida de este soldado y poeta?
Es Marruecos, en concreto Alcazarquivir, cerca
de Larache. El año, 1578. En este enfrentamiento perecerán también tres reyes:
el sultán del bando vencedor, Abd al-Malik, el
depuesto monarca marroquí, Muley Ahmed, y el rey Sebastián de Portugal,
que había acudido en apoyo de éste y con el objetivo de frenar la
expansión turca por el norte de África y
así reforzar la Cristiandad. De la muerte del rey portugués, por cierto, nacerá
un mito muy popular entre los lusitanos: el sebastianismo. El rey Sebastián no
habría perecido en esta batalla y un día volvería a Portugal. Fue el rey de
España, Felipe II, tío del rey Sebastián, quien aceptó la petición de éste de
que Francisco de Aldana le acompañara en
tal aventura, a la que, sin embargo, no había querido enviar un ejército, pues
la aventura era un despropósito desde el
punto de vista militar, como el mismo Aldana había informado al rey de España.
¿ Era Francisco de Aldana un militar que
escribía versos de vez en cuando? Era mucho
más que una afición, según dejaron dicho algunos escritores que le sucedieron
en las páginas de la Historia de la Literatura Española.
Único, sabio y claro Aldana.
Cervantes
Tenga lugar el Capitán Aldana
entre tantos científicos
señores,
que bien merece aquí tales
loores
tal pluma y tal espada
castellana.
Lope de Vega
Valeroso y doctísimo soldado y poeta castellano.
Francisco de Quevedo
Por tanto, si se trata de conocer quién
fue el dueño de este rostro vencido que yace ante mis entornados ojos entre
tantos muertos y heridos, por fuerza algo habrá que decir sobre su vida de
militar y sobre su vida de poeta. Pero, ¿cuál fue la tercera vida de Francisco
de Aldana a la que se alude en el título?
Aldana (…) un místico al que sin irreverencia
llamaríamos no profesional.
Luis Cernuda
Militar, poeta y místico son las tres
vidas que se desangraron en una batalla feroz en África, muy lejos de donde
deseaba estar en aquel momento Aldana: el monte Urgull, en San Sebastián, como
se explicará más adelante. Al abrir cada una de las tres puertas de la
biografía de este hombre, nos hemos de encontrar con información muy desigual.
Del militar, los datos son considerables. Del poeta, conservamos bastantes
poemas, aunque no todos. Sin embargo, penetrar en la tercera puerta, la del
místico, es sumergirse en una extraña niebla resplandeciente. El místico no
tiene retrato ni documentos. Está en el corazón de unos versos que habrá que
leer en el mayor de los silencios y con la imaginación más rigurosa de que seamos
capaces, para que nos revelen algo de lo que no sabemos con exactitud. Éste es
el propósito final de esta historia.
El militar
Francisco
de Aldana nació en 1537, probablemente en Nápoles, territorio perteneciente a
la corona española. Hijo y sobrino de militares, de origen extremeño, a los
tres años se trasladó con su familia a Florencia, donde creció inmerso en el
ambiente renacentista de la ciudad de los Médicis. Estudió, leyó, descubrió su
amor por las letras y compartió todo ello con su hermano Cosme, que tendrá un
papel muy importante en su posteridad, y con otros amigos.
Pero en el siglo XVI abrazar las armas a la vez que las letras no era tan
inusual como en tiempos posteriores.
Varios autores clásicos de la Literatura Española lo hicieron: Garcilaso de la
Vega, en su mismo siglo; Jorge Manrique, que les precedió, y el mismo
Cervantes, herido en la batalla de Lepanto, a partir de lo cual abandonó la
milicia, aunque más tarde alumbraría una prodigiosa criatura literaria que
ansiaba tanto la literatura como el noble oficio de las armas: nuestro Don
Quijote.
A los 16 años Aldana ya había ingresado en la carrera militar. En 1557, con veinte,
tomó parte en la victoria hispánica contra Francia en San Quintín. Con 27 años
ya era capitán y tenía fama de buen guerrero. Ejercía su oficio en Florencia,
pero por pocos años. En 1567 comenzó una nueva etapa. Marchó, a las órdenes del
Duque de Alba, a los Países Bajos. La parte más terrible de la vida de milicia
se iba a destapar con máxima hostilidad. La guerra por preservar aquellos
territorios del Imperio Español, entonces en parte protestantes, sería larga y
sanguinaria. Ochenta años más tarde, en 1647, obtuvieron la definitiva
independencia.
Nos interesa retener este periodo de su
biografía (1567-1576), que sólo se interrumpirá con una breve estancia en la España
peninsular y en el Mediterráneo, pues Aldana se convertirá en los Países Bajos
en un hombre maduro, ahondará en su interior y decidirá cómo quiere vivir lo
que le reste de vida, que acabarán siendo tan solo dos años más.
La guerra era la constante en Flandes. Y
frecuente era el descontento de los tercios españoles, que podían ver como se
retrasaba la paga pero no la orden de ofrecer sus cuerpos al combate. Unos
versos de Aldana retratan el momento nocturno en que el centinela da la voz de
alarma ante el ataque inesperado del enemigo, y las maniobras guerreras que
después tienen lugar:
Aquél toma el escudo, éste el estoque,
éste y aquél la lanza, otro
la pica,
otro la espada, ese otro el
instrumento
que relámpago, rayo y trueno
junto
echa de sí con daño de mil
vidas.
En mayo de 1571 fue licenciado de su destino
en los Países Bajos y pisó por primera vez suelo castellano. No permaneció por
mucho tiempo en Madrid, pues al año siguiente lo encontramos a las órdenes de
Don Juan de Austria, reciente vencedor de los turcos en Lepanto. Pero en ese
mismo 1572 empeoró la situación en los Países Bajos y Aldana fue reclamado de
nuevo en ese frente. Como general de artillería participó en los combates de Harlem
y Alkmaar, siendo en este sitio herido de gravedad. Siete meses le llevó
recuperarse de la herida en aquella batalla perdida por los tercios. En ese
tiempo el Duque de Alba, con quien le unía una muy fluida relación, fue destituido.
Luis de Requeséns tomó el mando. Probablemente en ese tiempo ya su energía
militar se estaba acabando, pero aún debió quedarse en aquel frente dos años
más, en los que vivirá la derrota de Leiden. No es hasta 1576 cuando por fin
consiguió regresar a Madrid, de lo que tenemos noticia en una carta muy significativa
que le escribió a su superior máximo Luis de Requeséns:
Veo
que el hábito de mi soldadesca ya se rompió y me será fuerza procurar otro de
más seguridad.
Una misión en San Sebastián le lleva a
conocer el monte Urgull y el pequeño castillo en su cima. Una idea se abre paso
en Aldana: aquél podría ser el lugar donde desaparecer del mundo. Mas pronto el
rey Felipe II le encarga una extraña misión. Viajará de incógnito, de hecho
como espía, al norte de África, a la zona de Fez. Ha de informar del potencial
militar de los militares mahometanos, que se reveló muy importante. El rey
quería disuadir a su sobrino, el rey Sebastián de Portugal , de su idea de
invadir la zona. Aldana acudió a la entrevista con el rey luso con tales
noticias, pero la sintonía entre ambos parece que fue importante, y los datos
no desanimaron a aquel singular monarca portugués de 23 años, llegado al trono
sin haber nacido (su padre había fallecido dos semanas antes de su
alumbramiento), que no quiso contraer matrimonio y que vivía inmerso en el
fuego de la misión de poner freno al avance turco por el norte de África. El
hecho es que solicitó a Aldana que le acompañara un año más tarde en el ciego
proyecto y, llegado el momento, escribió al rey Felipe II haciendo oficial su
solicitud. La entrevista había tenido lugar en el verano de 1577. La expedición
se realizaría el verano de 1578. Aldana acabaría fundiendo su destino con el del
joven y vehemente rey de Portugal.
¿Qué hizo Aldana en el año que le
quedaba de vida? Sospechara o no que estaba agotando su tiempo, Aldana llevó
una doble vida. Por una parte, ejerció su tarea militar en la fortaleza del
monte Urgull. Por otra, quiso vivir sin más demora su apartamiento del mundo.
Escribió una larga carta en verso a su amigo Arias Montano, uno de los sabios
humanistas de la época, que radiografía con precisión el estado del alma de
Aldana en aquel momento. Y escribió un memorial al rey solicitándole “merced de
la Mota de San Sebastián”. En noviembre de ese año, 1577, se le concedió el
puesto.
Allí debió de conseguir, durante unos
meses, poner fin al desasosiego que arrastraba desde hacía mucho, y que había
reflejado en sus versos.
El ímpetu crüel de mi destino
¡cómo me arroja
miserablemente
de tierra en tierra, de una
en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre
el camino!
Por poco tiempo. En julio de 1577, y
tras recibir varios requerimientos del rey Sebastián, Felipe II ordenó a
Francisco de Aldana que fuera a Madrid y desde allí se incorporara como
consejero militar a la expedición del norte de África. Lo que vino después ya
nos es conocido.
El poeta
¿Qué
hace un poeta que no ejerce de tal, sino que ha de estar presto al combate, hoy
en un frente, mañana en otro, con lo que va escribiendo?Probablemente
perder parte de su obra en las trincheras. Este fue el caso de Aldana. Nos han
llegado noventa composiciones suyas, pero todo indica que había más. Y nos han
llegado porque, tras su muerte, su hermano Cosme fue recogiendo todo lo que
encontró y lo dio a la imprenta tal como lo fue recopilando. ¿Con qué orden?
Con ninguno. Aldana no había puesto fecha en casi ningún texto, con lo cual
apenas se puede relacionar vida y obra. ¿Por qué actuó así? Todo parece indicar
que no pensaba en pasar a la posteridad
como hombre de letras. Seguramente escribía para destinatarios cercanos, o para
su propia intimidad, quizá compartida en algunos momentos.
Y, sin embargo, acabó recibiendo el
elogio de los más grandes del Siglo de Oro Español, y después de la Generación
de Lorca y Cernuda, ya en el siglo XX.
En sus sonetos, canciones, coplas,
octavas y epístolas, Aldana revela su afán en cada momento, sus
descubrimientos, sus convicciones, sus experiencias, sus anhelos. Nos llegan
sus intensas vivencias, pero nos es difícil saber cuándo o por qué agitan su
existencia.
Puede ser el amor:
Por vuestros ojos juro, Elisa mía,
(así con larga paz
el cielo amigo
pueda volver de
nuevo a ser testigo
de aquel morir do
vida se incluía)
que así cesó del
monte el alegría,
desque cesaste vos
de estar conmigo(…)
Puede ser la guerra, fiel compañera,
aunque más tarde aborrecida:
Otro aquí no se ve que, frente a frente,
animoso escuadrón moverse guerra,
sangriento humor teñir
la verde tierra,
y tras honroso fin
correr la gente;
éste es el dulce son
que acá se siente:
“¡España, Santïago,
cierra, cierra!”,
y por suave olor,
que el aire atierra,
humo de azufre dar
con llama ardiente(…)
O el desasosiego que anunciaba la
necesidad de una nueva vida:
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen
dulce y deleitable
con que la voluntad
viva segura:
cuanto en mí hallo
es maldición que alcanza,
muerte que tarda,
llanto inconsolable,
desdén del Cielo,
error de la ventura.
Es una breve muestra, pero podrían ser
tres marcas de un itinerario biográfico ordenado en el tiempo. La juventud en
Florencia y el amor. La plenitud del militar entregado a su misión. La madurez del hombre (quizá en torno a los 35
años) que hace balance y escribe sobre
la carencia de sentido en su vida. ¿Qué vendría después? Muy probablemente este soneto, que lleva todo
el aliento del hombre cansado que mira hacia un nuevo lugar interior y exterior en el que poder renacer.
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar
vida y destino,
tras tanto de uno en
otro desatino
pensar todo apretar,
nada cogiendo,
tras tanto acá y
allá yendo y viniendo
cual sin aliento
inútil peregrino,
¡oh, Dios!, tras
tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal
ministro siendo,
hallo, en fin, que
ser muerto en la memoria
del mundo es lo
mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél
muerte y olvido,
y en un rincón vivir
con la vitoria
de sí, puesto el
querer tan sólo adonde
es premio el mismo
Dios de lo servido.
Estos son los versos de quien tiene
mucho ya vivido. Hasta cinco veces utilizará la expresión “tras tanto”. Y son
los versos de quien va a llegar a una conclusión: hasta tres veces dirá “en
fin”. ¿Cuál es el giro que busca para su vida? “Ser muerto en la memoria del
mundo”, que en su caso sería el abandono de la guerra, la diplomacia, los
éxitos. Y encontrar un “rincón” para
vivir cerca de Dios.
Este poema tardío nos ha llevado a la
cima del monte Urgull, donde consiguió finalmente vivir unos meses de sosiego,
y a la tercera puerta de las vidas de Aldana: la del místico.
El
místico
En el año 1577, unos diez meses antes de morir, Aldana escribe una carta en verso a su gran amigo Benito Arias Montano, a la que antes ya se hizo referencia. Es una epístola escrita en versos de 11 sílabas y estructurada en estrofas de tres, los llamados tercetos encadenados. En ella explica cómo se siente, qué pretende hacer con su vida y en qué lugar desea cobijarse. E invita a Arias Montano a compartir con él ese retiro.
En el año 1577, unos diez meses antes de morir, Aldana escribe una carta en verso a su gran amigo Benito Arias Montano, a la que antes ya se hizo referencia. Es una epístola escrita en versos de 11 sílabas y estructurada en estrofas de tres, los llamados tercetos encadenados. En ella explica cómo se siente, qué pretende hacer con su vida y en qué lugar desea cobijarse. E invita a Arias Montano a compartir con él ese retiro.
Pero la “Epístola a Arias Montano”,
subtitulada “Sobre la contemplación de Dios y los requisitos della”, habla de
algo más, y esta es la sorpresa que estos versos van a revelar. En sus momentos
de quietud, Aldana ha alcanzado un “lugar”, un espacio interior, donde ha
hallado destellos de una belleza y un sosiego nuevos. Y esto ha sido así
porque, en su visión de tal experiencia, el alma se ha hundido “toda en la
divina fuente”.
Lo que ha ido descubriendo el alma de Aldana
sobre la posibilidad de sentir el calor y la paz que emanan del origen divino
del ser humano, aparece destilado en numerosos versos de esta carta. El mundo
no parece que tuviera noticia alguna de esta escondida senda de Aldana. La
tercera vida de este capitán está aquí, asomando entre estrofas perfectamente
medidas. En sus versos me apoyaré para reconstruir, para esbozar mejor, la
prudencia así me lo aconseja, lo que pudo ser la vida del místico que Aldana
también fue.
A poco de comenzar la carta, Aldana
refleja sin adornos su estado presente:
yo soy un hombre desvalido y solo
Para, a continuación, apuntar la posible
causa, que no ha desaparecido pues escribe en presente:
Oficio militar profeso y hago,
¡baja condenación de mi
ventura!,
que al alma dos infiernos da
por pago:
los huesos y la sangre que
Natura
me dio para vivir, no poca
parte
dellos y della he dado a la
locura
Pero no se alarga en el lamento. Zanja
la queja, anota poéticamente su edad presente, de 40 años, “cuatro veces ciento
y dos cuarenta vueltas dadas miro del planeta septeno al firmamento”, y expone
claramente el giro que ha decidido para su vida:
pienso torcer de la común carrera
que sigue el vulgo y
caminar derecho
jornada de mi patria
verdadera;
entrarme en el
secreto de mi pecho
y platicar en él mi
interior hombre,
dó va, dó está, si
vive, o qué se ha hecho.
Lo cual espera realizar en un lugar
solitario (parece claro que el Monte Urgull en San Sebastián)
Y porque vano error más no me asombre,
en algún alto y
solitario nido
pienso enterrar mi
ser, mi vida y nombre.
Aldana no tiene dudas del fruto de ese
recogimiento que le espera:
y, como si no hubiera acá nacido,
estarme allá, cual
Eco, replicando
al dulce son de
Dios, del alma oído.
¿Qué sería el “dulce son de Dios”?
¿Tenía ya experiencia de ello? Ésta sería la pregunta clave para el
acercamiento al Aldana místico.Sólo
podremos descubrirlo al ir encontrando numerosos versos inspirados claramente
en esta vivencia espiritual.
Hay para Aldana una “eterna Beldad”, de
la que procede el alma humana. Y afirma que el alma
antes que del Señor fuese crïada,
cómo no fue ni pudo
haber salido
de aquella privación
que llaman nada
Lo que le inspira agradecimiento:
y diga a Dios:“¡Oh Causa del ser mío,
cuál me sacaste desa
muerte escura,
rica del don de vida
y de albedrío!”
El alma humana, pues, aunque también su
cuerpo temporal, ha sido decisión, regalo, de la voluntad de otro Ser. Y este
origen divino está en ella. ¿Cómo reconocerlo? Según Aldana, que parece aquí
demostrar gran conocimiento de ello, no hay que desvivirse en la búsqueda de
esta experiencia.
Así, que el alma en los divinos pechos
beba infusión de
gracia sin buscalla,
sin gana de sentir
nuevos provechos,
que allí la
diligencia menos halla
cuanto más busca, y
suelen los favores
trocarse en
interior, nueva batalla.
Y la mejor forma de que este conocimiento
del origen del ser humano se produzca son para Aldana la quietud y la espera:
Digo que, puesta el alma en su sosiego,
espere a Dios cual
ojo que cayendo
se va sabrosamente
al sueño ciego
El gozo que este contacto divino puede
ofrecer, lo intenta reflejar, bien que pálidamente, con una referencia
histórica, contemporánea al poeta, que tal vez nos sorprenda:
¡Oh grandes, oh riquísimas conquistas
de las Indias de
Dios, de aquel gran mundo
tan escondido a las
mundanas vistas!
Ésta es sin duda la vía y la vida del
místico, a cuya alma en esta disposición
(…) poco a poco le amanezca el día
de la contemplación,
siempre cobrando
luz y calor
que Dios de allá le envía.
Llegados a este punto, uno no puede
menos que preguntarse cuándo y dónde un militar, tan activo como éste, pudo
encontrar espacio y tiempo adecuados para vivir esta tercera vida. Los
silencios fecundos, los destellos de luz, los gozos de una paz y un
conocimiento superior, tuvieron que producirse en las entrañas de su agitada
vida de militar, que nunca acabó, y sí acabó con él. En alguno o varios de
estos hechos de su biografía debieron de coexistir el militar, el poeta y el
místico:
En las amenazadoras noches de Flandes,
entre el sueño y la tensión de un posible ataque nocturno del enemigo.
En los meses de convalecencia por las
heridas del mismo frente de combate.
En los
largos viajes atravesando Francia para llegar a Madrid o regresar a los
Países Bajos.
En el Mediterráneo, combatiendo al
turco con Don Juan de Austria.
En el viaje de ida y vuelta a Lisboa
para informar al rey de Portugal de las dificultades de atacar el norte de
Marruecos.
O quién sabe en qué otros paréntesis de
aquel oficio, de aquel destino, consagrado a la pelea, de quien iba
descubriendo en la quietud “el divino centro, glorioso origen del contento”. En
estas y en otras ocasiones tenía Aldana que abstraerse de todo cuanto le
solicitaba su dedicación a las armas y desaparecer hacia adentro y hacia
arriba, por unas horas, quizá menos. Y, según se desprende de la obra
comentada, una presencia y una
revelación a menudo le aguardaban.
He aquí al “místico no profesional”,
como le nombró el poeta Luis Cernuda. No se trataba de un monje caminando con
el pecho silencioso por el claustro amable de su monasterio. Se trataba de un
guerrero, agotado hacia el final, pero no tanto como para no cumplir su última
misión y adentrarse en la que sería su última batalla, en el norte de África,
espada en mano, según testigos alcanzaron a ver y a contar.
Más allá de la tristeza que este
desenlace puede dejarnos, yo quiero anotar el lado oculto y luminoso de esta
vida. Y subrayar el hecho de que esta conciencia mayor, de que este
descubrimiento espiritual Aldana lo va cobrando inmerso en lo que hoy llamamos
vida cotidiana. La suya tan diferente de la nuestra, en general. Pero quizá Aldana
anticipa así una figura hoy más imaginable que en su tiempo: la del hombre o la
mujer dedicados al trabajo, a la familia, al estudio, a los conflictos sociales,
en cuyo interior habita un monje que también tiene su momento y que no renuncia
a un conocimiento trascendente. No olvidemos que Aldana escribió todos los
versos que antes se han comentado sin haber alcanzado aún aquel retiro, “en
solitario nido”, que tanto anhelaba.
Creo que este hombre un día vio que
existía una “escalera” que llevaba a lo más alto, aún en penumbra para sus
cansados ojos. Pero hombre de condición valiente y atrevida, decidió subir y
conocer.Llegado
arriba, halló una puerta abierta, como esperándole.