Esta
historia que Jung nos cuenta en sus “Memorias”, debió de sucederle entre 1914 y
1930, pues fue en ese periodo cuando tuvo sus principales sueños y visiones, a
los que se refirió de este modo:
Los
años en los que seguí mis imágenes internas fueron la época más importante de
mi vida y en la que se decidió todo lo esencial.(…) Era la materia originaria
para una obra de vida.
Y esta “obra de vida” del psiquiatra
suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), la podemos cuantificar en 18 volúmenes de Obra
Completa, más 3 de Cartas, la creación de un nuevo camino para la psicología,
llamado psicoterapia analítica, y, sobre todo, en una larga indagación plena de
nuevas intuiciones sobre el interior del ser humano.
En este viaje tuvo un gran papel el tratamiento de los enfermos que fue
atendiendo a lo largo de su experiencia clínica, pero también la investigación
sobre las profundidades de la psique humana , aquello que nos constituye a
todos, conscientemente o, y sobre todo,
inconscientemente : en sus propias palabras, la realidad del alma.
En esta exploración Jung se valió de la
observación de los comportamientos de sus pacientes, como decíamos, pero
también de un estudio y reflexión amplísimos, que no sólo abarcaron la
psiquiatría sino también la mitología, las religiones, la parapsicología, el
arte… Sin embargo, buena parte de sus aportaciones llegaron a través de
realidades psíquicas que aparecían en su conciencia sin que él las trajera
directamente. Me estoy refiriendo a los sueños y a las visiones. Sobre ello
dijo:
Hay
cosas en la psique que no son producidas por mí, sino que se presentan por sí
mismas y tienen su propia vida.
Y un ejemplo es la historia a la que aludía al
inicio de este escrito e incluida en sus memorias, tituladas “Recuerdos,
sueños, pensamientos”. Fue esto lo que ocurrió.
Un amigo, y vecino suyo, había muerto
repentinamente. Jung estaba afectado por
aquel imprevisto suceso y el día después del entierro, de noche, pensaba en él.
De improviso sintió que el amigo estaba en su habitación. No sólo eso, sino que
quería que le siguiera. Jung lo explica como una visión interior, no como una
aparición física. Esto le creó dudas: ¿era una fantasía sin más?, ¿era una
presencia, inexplicable pero cierta? Con la fuerza de la imagen interior, pero
con la dificultad de admitirlo como algo real, pasaron unos momentos. Cuando
decidió dar una oportunidad al extraño suceso, el amigo se fue hacia la puerta
y le hizo señas de que le siguiera. Jung dejó que la visión continuara.
El vecino le llevó fuera de la casa, al
jardín, a la calle y finalmente a su propia casa, que se hallaba a no más de
cien metros de la de Jung. Una vez dentro le condujo a su biblioteca. Es importante aclarar que Jung nunca había estado en aquel lugar. Entonces
el hombre se subió a un taburete y señaló un libro de un estante superior. Se
trataba del segundo de cinco libros encuadernados en rojo. Le indicó ese
volumen, cuyo título Jung no podía distinguir desde abajo, y en ese momento la
visión cesó.
Al día siguiente, Jung no pudo menos
que ir a visitar a la viuda de su amigo y pedirle permiso para entrar en la
biblioteca. Y sí, había un taburete bajo las estanterías y arriba se podían
divisar los cinco libros encuadernados en rojo. Jung subió y tomó entre sus
manos el segundo, el que le había indicado su amigo en la visión . Su título
era “El legado de los muertos”.
Hasta aquí la historia, contada desde
los ojos de Jung. Él concluía que hechos como éste son signos, aunque no
definitivo conocimiento, de la posible vida del alma después de la muerte.
Pero
en este punto, quizá podríamos pedirle a nuestra imaginación que nos ayudara a
completar esta visión de una de las figuras más influyentes de la cultura del
siglo XX. Será una hipótesis, pero eso no la invalida necesariamente.
¿Y si reconstruimos la historia desde
el visitante y no desde el visitado? ¿Por qué vuelve, y tan pronto, aquella
alma? ¿Por qué escoge a Jung y no a otra persona con la que pudiera haber tenido
más cercanía que con su vecino, quien ni siquiera había visitado su biblioteca?
¿Por qué le propone una ruta que acabará en aquel libro y después ya se
extingue? “Objetivo cumplido”, parece decir el
visitante. Y, por último, ¿qué es el legado de los muertos?
¡Cuánta gente ha deseado una visita así
a lo largo de la historia! Una señal, un indicio, un algo, de que el ser
querido desaparecido seguía su camino, aunque fuera de alguna
incomprensible manera. Es como aquellos versos de Antonio Machado, referidos a
su joven esposa muerta, tras soñar vivísimamente en ella después de haberla
enterrado:
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la
tierra!
¿Había alguien más, en el entorno de
aquel hombre, que hubiera podido percibir su presencia si se le hubiera
presentado en su nueva naturaleza incorpórea? ¿Y que en caso de notar algo se
hubiera atrevido a seguirle? Es probable que no. Pero lo que es casi seguro es
que aquel hombre no podía ofrecer su legado a nadie como a Jung. ¿Quién mejor
que él para escribir sobre ello y acabar transmitiéndolo a mucha más gente?
Porque el “legado de los muertos”, que
tan decididamente señaló el visitante mediante un libro de ese título, parece
ser aquello que él acababa de descubrir tras su muerte y que, inexplicablemente
para los vivos, estaba en condiciones de contar a un vecino muy especial.