Lola Hurtado. Óleo.


viernes, 1 de junio de 2012

Las tres vidas de Francisco de Aldana



En mi ensoñación he ido hasta un lejano campo de batalla de Marruecos  y, entre los miles de cadáveres que la carnicería ha dejado, he reconocido uno, el de Francisco de Aldana. Varios días leyendo sobre él, buscando más datos  aquí y allá, me han transportado, al cerrar los ojos, a este paisaje desolador de “acero ensangrentado, /hueso en astilla, en él carne molida,/despedazado arnés, rasgada malla”, como él mismo había escrito un día, en versos sin fecha. ¿Por qué acabó aquí la vida de este soldado y poeta?

             
 Es Marruecos, en concreto Alcazarquivir, cerca de Larache. El año, 1578. En este enfrentamiento perecerán también tres reyes: el sultán del bando vencedor, Abd al-Malik, el  depuesto monarca marroquí, Muley Ahmed, y el rey Sebastián de Portugal, que había acudido en apoyo de éste y con el objetivo de frenar la expansión  turca por el norte de África y así reforzar la Cristiandad. De la muerte del rey portugués, por cierto, nacerá un mito muy popular entre los lusitanos: el sebastianismo. El rey Sebastián no habría perecido en esta batalla y un día volvería a Portugal. Fue el rey de España, Felipe II, tío del rey Sebastián, quien aceptó la petición de éste de que Francisco de Aldana  le acompañara en tal aventura, a la que, sin embargo, no había querido enviar un ejército, pues la aventura era un despropósito  desde el punto de vista militar, como el mismo Aldana había informado al rey de España.

¿ Era Francisco de Aldana un militar que escribía versos de vez en cuando?  Era mucho más que una afición, según dejaron dicho algunos escritores que le sucedieron en las páginas de la Historia de la Literatura Española.


                   Único, sabio y claro Aldana.
                                                        Cervantes

                   Tenga lugar el Capitán Aldana
                   entre tantos científicos señores,
                   que bien merece aquí tales loores
                   tal pluma y tal espada castellana. 
Lope de Vega

                   Valeroso y doctísimo soldado y poeta castellano.
                                                        Francisco de Quevedo
         
Por tanto, si se trata de conocer quién fue el dueño de este rostro vencido que yace ante mis entornados ojos entre tantos muertos y heridos, por fuerza algo habrá que decir sobre su vida de militar y sobre su vida de poeta. Pero, ¿cuál fue la tercera vida de Francisco de Aldana a la que se alude en el título?

         Aldana (…) un místico al que sin irreverencia llamaríamos no profesional.
                                                        Luis Cernuda

Militar, poeta y místico son las tres vidas que se desangraron en una batalla feroz en África, muy lejos de donde deseaba estar en aquel momento Aldana: el monte Urgull, en San Sebastián, como se explicará más adelante. Al abrir cada una de las tres puertas de la biografía de este hombre, nos hemos de encontrar con información muy desigual. Del militar, los datos son considerables. Del poeta, conservamos bastantes poemas, aunque no todos. Sin embargo, penetrar en la tercera puerta, la del místico, es sumergirse en una extraña niebla resplandeciente. El místico no tiene retrato ni documentos. Está en el corazón de unos versos que habrá que leer en el mayor de los silencios y con la imaginación más rigurosa de que seamos capaces, para que nos revelen algo de lo que no sabemos con exactitud. Éste es el propósito final de esta historia.


                                                                       

El militar                     
Francisco de Aldana nació en 1537, probablemente en Nápoles, territorio perteneciente a la corona española. Hijo y sobrino de militares, de origen extremeño, a los tres años se trasladó con su familia a Florencia, donde creció inmerso en el ambiente renacentista de la ciudad de los Médicis. Estudió, leyó, descubrió su amor por las letras y compartió todo ello con su hermano Cosme, que tendrá un papel muy importante en su posteridad, y con otros amigos.

Pero en el siglo XVI  abrazar las armas  a la vez que las letras no era tan inusual  como en tiempos posteriores. Varios autores clásicos de la Literatura Española lo hicieron: Garcilaso de la Vega, en su mismo siglo; Jorge Manrique, que les precedió, y el mismo Cervantes, herido en la batalla de Lepanto, a partir de lo cual abandonó la milicia, aunque más tarde alumbraría una prodigiosa criatura literaria que ansiaba tanto la literatura como el noble oficio de las armas: nuestro Don Quijote.

A los 16 años Aldana ya había ingresado  en la carrera militar. En 1557, con veinte, tomó parte en la victoria hispánica contra Francia en San Quintín. Con 27 años ya era capitán y tenía fama de buen guerrero. Ejercía su oficio en Florencia, pero por pocos años. En 1567 comenzó una nueva etapa. Marchó, a las órdenes del Duque de Alba, a los Países Bajos. La parte más terrible de la vida de milicia se iba a destapar con máxima hostilidad. La guerra por preservar aquellos territorios del Imperio Español, entonces en parte protestantes, sería larga y sanguinaria. Ochenta años más tarde, en 1647, obtuvieron la definitiva independencia.

Nos interesa retener este periodo de su biografía (1567-1576), que sólo se interrumpirá con una breve estancia en la España peninsular y en el Mediterráneo, pues Aldana se convertirá en los Países Bajos en un hombre maduro, ahondará en su interior y decidirá cómo quiere vivir lo que le reste de vida, que acabarán siendo tan solo dos años más.
La guerra era la constante en Flandes. Y frecuente era el descontento de los tercios españoles, que podían ver como se retrasaba la paga pero no la orden de ofrecer sus cuerpos al combate. Unos versos de Aldana retratan el momento nocturno en que el centinela da la voz de alarma ante el ataque inesperado del enemigo, y las maniobras guerreras que después tienen lugar:

                   Aquél toma el escudo, éste el estoque,
                   éste y aquél la lanza, otro la pica,
                   otro la espada, ese otro el instrumento
                   que relámpago, rayo y trueno junto
                   echa de sí con daño de mil vidas.

En mayo de 1571 fue licenciado de su destino en los Países Bajos y pisó por primera vez suelo castellano. No permaneció por mucho tiempo en Madrid, pues al año siguiente lo encontramos a las órdenes de Don Juan de Austria, reciente vencedor de los turcos en Lepanto. Pero en ese mismo 1572 empeoró la situación en los Países Bajos y Aldana fue reclamado de nuevo en ese frente. Como general de artillería participó en los combates de Harlem y Alkmaar, siendo en este sitio herido de gravedad. Siete meses le llevó recuperarse de la herida en aquella batalla perdida por los tercios. En ese tiempo el Duque de Alba, con quien le unía una muy fluida relación, fue destituido. Luis de Requeséns tomó el mando. Probablemente en ese tiempo ya su energía militar se estaba acabando, pero aún debió quedarse en aquel frente dos años más, en los que vivirá la derrota de Leiden. No es hasta 1576 cuando por fin consiguió regresar a Madrid, de lo que tenemos noticia en una carta muy significativa que le escribió a su superior máximo Luis de Requeséns:

Veo que el hábito de mi soldadesca ya se rompió y me será fuerza procurar otro de más seguridad.

Una misión en San Sebastián le lleva a conocer el monte Urgull y el pequeño castillo en su cima. Una idea se abre paso en Aldana: aquél podría ser el lugar donde desaparecer del mundo. Mas pronto el rey Felipe II le encarga una extraña misión. Viajará de incógnito, de hecho como espía, al norte de África, a la zona de Fez. Ha de informar del potencial militar de los militares mahometanos, que se reveló muy importante. El rey quería disuadir a su sobrino, el rey Sebastián de Portugal , de su idea de invadir la zona. Aldana acudió a la entrevista con el rey luso con tales noticias, pero la sintonía entre ambos parece que fue importante, y los datos no desanimaron a aquel singular monarca portugués de 23 años, llegado al trono sin haber nacido (su padre había fallecido dos semanas antes de su alumbramiento), que no quiso contraer matrimonio y que vivía inmerso en el fuego de la misión de poner freno al avance turco por el norte de África. El hecho es que solicitó a Aldana que le acompañara un año más tarde en el ciego proyecto y, llegado el momento, escribió al rey Felipe II haciendo oficial su solicitud. La entrevista había tenido lugar en el verano de 1577. La expedición se realizaría el verano de 1578. Aldana acabaría fundiendo su destino con el del joven y vehemente rey de Portugal.

                             
¿Qué hizo Aldana en el año que le quedaba de vida? Sospechara o no que estaba agotando su tiempo, Aldana llevó una doble vida. Por una parte, ejerció su tarea militar en la fortaleza del monte Urgull. Por otra, quiso vivir sin más demora su apartamiento del mundo. Escribió una larga carta en verso a su amigo Arias Montano, uno de los sabios humanistas de la época, que radiografía con precisión el estado del alma de Aldana en aquel momento. Y escribió un memorial al rey solicitándole “merced de la Mota de San Sebastián”. En noviembre de ese año, 1577, se le concedió el puesto.

Allí debió de conseguir, durante unos meses, poner fin al desasosiego que arrastraba desde hacía mucho, y que había reflejado en sus versos.

                   El ímpetu crüel de mi destino
                   ¡cómo me arroja miserablemente
                   de tierra en tierra, de una en otra gente,
                   cerrando a mi quietud siempre el camino!

Por poco tiempo. En julio de 1577, y tras recibir varios requerimientos del rey Sebastián, Felipe II ordenó a Francisco de Aldana que fuera a Madrid y desde allí se incorporara como consejero militar a la expedición del norte de África. Lo que vino después ya nos es conocido.


El poeta
¿Qué hace un poeta que no ejerce de tal, sino que ha de estar presto al combate, hoy en un frente, mañana en otro, con lo que va escribiendo?Probablemente perder parte de su obra en las trincheras. Este fue el caso de Aldana. Nos han llegado noventa composiciones suyas, pero todo indica que había más. Y nos han llegado porque, tras su muerte, su hermano Cosme fue recogiendo todo lo que encontró y lo dio a la imprenta tal como lo fue recopilando. ¿Con qué orden? Con ninguno. Aldana no había puesto fecha en casi ningún texto, con lo cual apenas se puede relacionar vida y obra. ¿Por qué actuó así? Todo parece indicar que no pensaba  en pasar a la posteridad como hombre de letras. Seguramente escribía para destinatarios cercanos, o para su propia intimidad, quizá compartida en algunos momentos.
Y, sin embargo, acabó recibiendo el elogio de los más grandes del Siglo de Oro Español, y después de la Generación de Lorca y Cernuda, ya en el siglo XX.

                                      
                                                         
         En sus sonetos, canciones, coplas, octavas y epístolas, Aldana revela su afán en cada momento, sus descubrimientos, sus convicciones, sus experiencias, sus anhelos. Nos llegan sus intensas vivencias, pero nos es difícil saber cuándo o por qué agitan su existencia.

         Puede ser el amor:

                            Por vuestros ojos juro, Elisa mía,
                            (así con larga paz el cielo amigo
                            pueda volver de nuevo a ser testigo
                            de aquel morir do vida se incluía)
                            que así cesó del monte el alegría,
                            desque cesaste vos de estar conmigo(…)

         Puede ser la guerra, fiel compañera, aunque más tarde aborrecida:

                            Otro aquí no se ve que, frente a frente,
                            animoso escuadrón moverse guerra,
                            sangriento humor teñir la verde tierra,
                            y tras honroso fin correr la gente;
                            éste es el dulce son que acá se siente:
                            “¡España, Santïago, cierra, cierra!”,
                            y por suave olor, que el aire atierra,
                            humo de azufre dar con llama ardiente(…)

         O el desasosiego que anunciaba la necesidad de una nueva vida:

                            No halla la memoria o la esperanza
                            rastro de imagen dulce y deleitable
                            con que la voluntad viva segura:
                            cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
                            muerte que tarda, llanto inconsolable,
                            desdén del Cielo, error de la ventura.

         Es una breve muestra, pero podrían ser tres marcas de un itinerario biográfico ordenado en el tiempo. La juventud en Florencia y el amor. La plenitud del militar entregado a su misión. La  madurez del hombre (quizá en torno a los 35 años)  que hace balance y escribe sobre la carencia de sentido en su vida. ¿Qué vendría después?  Muy probablemente este soneto, que lleva todo el aliento del hombre cansado que mira hacia un nuevo lugar interior  y exterior en el que poder renacer.

                            En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
                            tras tanto varïar vida y destino,
                            tras tanto de uno en otro desatino
                            pensar todo apretar, nada cogiendo,

                            tras tanto acá y allá yendo y viniendo
                            cual sin aliento inútil peregrino,
                            ¡oh, Dios!, tras tanto error del buen camino,
                            yo mismo de mi mal ministro siendo,

                            hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
                            del mundo es lo mejor que en él se asconde,
                            pues es la paga dél muerte y olvido,

                            y en un rincón vivir con la vitoria
                            de sí, puesto el querer tan sólo adonde
                            es premio el mismo Dios de lo servido.

         Estos son los versos de quien tiene mucho ya vivido. Hasta cinco veces utilizará la expresión “tras tanto”. Y son los versos de quien va a llegar a una conclusión: hasta tres veces dirá “en fin”. ¿Cuál es el giro que busca para su vida? “Ser muerto en la memoria del mundo”, que en su caso sería el abandono de la guerra, la diplomacia, los éxitos. Y encontrar  un “rincón” para vivir cerca de Dios.

         Este poema tardío nos ha llevado a la cima del monte Urgull, donde consiguió finalmente vivir unos meses de sosiego, y a la tercera puerta de las vidas de Aldana: la del místico.

                            
El místico
En el año 1577, unos diez meses antes de morir, Aldana escribe una carta en verso a su gran amigo Benito Arias Montano, a la que antes ya se hizo referencia. Es una epístola escrita en versos de 11 sílabas y estructurada en estrofas  de tres, los llamados tercetos encadenados. En ella explica cómo se siente, qué pretende hacer con su vida y en qué lugar desea cobijarse. E invita a Arias Montano a compartir con él ese retiro.

         Pero la “Epístola a Arias Montano”, subtitulada “Sobre la contemplación de Dios y los requisitos della”, habla de algo más, y esta es la sorpresa que estos versos van a revelar. En sus momentos de quietud, Aldana ha alcanzado un “lugar”, un espacio interior, donde ha hallado destellos de una belleza y un sosiego nuevos. Y esto ha sido así porque, en su visión de tal experiencia, el alma se ha hundido “toda en la divina fuente”.

         Lo que ha ido descubriendo el alma de Aldana sobre la posibilidad de sentir el calor y la paz que emanan del origen divino del ser humano, aparece destilado en numerosos versos de esta carta. El mundo no parece que tuviera noticia alguna de esta escondida senda de Aldana. La tercera vida de este capitán está aquí, asomando entre estrofas perfectamente medidas. En sus versos me apoyaré para reconstruir, para esbozar mejor, la prudencia así me lo aconseja, lo que pudo ser la vida del místico que Aldana también fue.

         A poco de comenzar la carta, Aldana refleja sin adornos su estado presente:

                         yo soy un hombre desvalido y solo

         Para, a continuación, apuntar la posible causa, que no ha desaparecido pues escribe en presente:

                         Oficio militar profeso y hago,
                         ¡baja condenación de mi ventura!,
                         que al alma dos infiernos da por pago:
                         los huesos y la sangre que Natura
                         me dio para vivir, no poca parte
                         dellos y della he dado a la locura

         Pero no se alarga en el lamento. Zanja la queja, anota poéticamente su edad presente, de 40 años, “cuatro veces ciento y dos cuarenta vueltas dadas miro del planeta septeno al firmamento”, y expone claramente el giro que ha decidido para su vida:

                            pienso torcer de la común carrera
                            que sigue el vulgo y caminar derecho
                            jornada de mi patria verdadera;
                            entrarme en el secreto de mi pecho
                            y platicar en él mi interior hombre,
                            dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.

         Lo cual espera realizar en un lugar solitario (parece claro que el Monte Urgull en San Sebastián)

                            Y porque vano error más no me asombre,
                            en algún alto y solitario nido
                            pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre.

         Aldana no tiene dudas del fruto de ese recogimiento que le espera:

                            y, como si no hubiera acá nacido,
                            estarme allá, cual Eco, replicando
                            al dulce son de Dios, del alma oído.

         ¿Qué sería el “dulce son de Dios”? ¿Tenía ya experiencia de ello? Ésta sería la pregunta clave para el acercamiento al Aldana místico.Sólo podremos descubrirlo al ir encontrando numerosos versos inspirados claramente en esta vivencia espiritual.

         Hay para Aldana una “eterna Beldad”, de la que procede el alma humana. Y afirma que el alma

                            antes que del Señor fuese crïada,
                            cómo no fue ni pudo haber salido
                            de aquella privación que llaman nada

         Lo que le inspira agradecimiento:

                            y diga a Dios:“¡Oh Causa del ser mío,
                            cuál me sacaste desa muerte escura,
                            rica del don de vida y de albedrío!”

         El alma humana, pues, aunque también su cuerpo temporal, ha sido decisión, regalo, de la voluntad de otro Ser. Y este origen divino está en ella. ¿Cómo reconocerlo? Según Aldana, que parece aquí demostrar gran conocimiento de ello, no hay que desvivirse en la búsqueda de esta experiencia.

                            Así, que el alma en los divinos pechos
                            beba infusión de gracia sin buscalla,
                            sin gana de sentir nuevos provechos,
                            que allí la diligencia menos halla
                            cuanto más busca, y suelen los favores
                            trocarse en interior, nueva batalla.

         Y la mejor forma de que este conocimiento del origen del ser humano se produzca son para Aldana la quietud y la espera:

                            Digo que, puesta el alma en su sosiego,
                            espere a Dios cual ojo que cayendo
                            se va sabrosamente al sueño ciego

         El gozo que este contacto divino puede ofrecer, lo intenta reflejar, bien que pálidamente, con una referencia histórica, contemporánea al poeta, que tal vez nos sorprenda:

                            ¡Oh grandes, oh riquísimas conquistas
                            de las Indias de Dios, de aquel gran mundo
                            tan escondido a las mundanas vistas!

         Ésta es sin duda la vía y la vida del místico, a cuya alma en esta disposición

                            (…) poco a poco le amanezca el día
                            de la contemplación, siempre cobrando
                            luz  y calor que Dios de allá le envía.

         Llegados a este punto, uno no puede menos que preguntarse cuándo y dónde un militar, tan activo como éste, pudo encontrar espacio y tiempo adecuados para vivir esta tercera vida. Los silencios fecundos, los destellos de luz, los gozos de una paz y un conocimiento superior, tuvieron que producirse en las entrañas de su agitada vida de militar, que nunca acabó, y sí acabó con él. En alguno o varios de estos hechos de su biografía debieron de coexistir el militar, el poeta y el místico:
         En las amenazadoras noches de Flandes, entre el sueño y la tensión de un posible ataque nocturno del enemigo.
         En los meses de convalecencia por las heridas del mismo frente de combate.
         En los  largos viajes atravesando Francia para llegar a Madrid o regresar a los Países Bajos.
         En el Mediterráneo, combatiendo al turco con Don Juan de Austria.
         En el viaje de ida y vuelta a Lisboa para informar al rey de Portugal de las dificultades de atacar el norte de Marruecos.
         O quién sabe en qué otros paréntesis de aquel oficio, de aquel destino, consagrado a la pelea, de quien iba descubriendo en la quietud “el divino centro, glorioso origen del contento”. En estas y en otras ocasiones tenía Aldana que abstraerse de todo cuanto le solicitaba su dedicación a las armas y desaparecer hacia adentro y hacia arriba, por unas horas, quizá menos. Y, según se desprende de la obra comentada, una presencia y  una revelación a menudo le aguardaban.

         He aquí al “místico no profesional”, como le nombró el poeta Luis Cernuda. No se trataba de un monje caminando con el pecho silencioso por el claustro amable de su monasterio. Se trataba de un guerrero, agotado hacia el final, pero no tanto como para no cumplir su última misión y adentrarse en la que sería su última batalla, en el norte de África, espada en mano, según testigos alcanzaron a ver y a contar.

         Más allá de la tristeza que este desenlace puede dejarnos, yo quiero anotar el lado oculto y luminoso de esta vida. Y subrayar el hecho de que esta conciencia mayor, de que este descubrimiento espiritual Aldana lo va cobrando inmerso en lo que hoy llamamos vida cotidiana. La suya tan diferente de la nuestra, en general. Pero quizá Aldana anticipa así una figura hoy más imaginable que en su tiempo: la del hombre o la mujer dedicados al trabajo, a la familia, al estudio, a los conflictos sociales, en cuyo interior habita un monje que también tiene su momento y que no renuncia a un conocimiento trascendente. No olvidemos que Aldana escribió todos los versos que antes se han comentado sin haber alcanzado aún aquel retiro, “en solitario nido”, que tanto anhelaba.

         Creo que este hombre un día vio que existía una “escalera” que llevaba a lo más alto, aún en penumbra para sus cansados ojos. Pero hombre de condición valiente y atrevida, decidió subir y conocer.Llegado arriba, halló una puerta abierta, como esperándole.