Podría
parecer que al poeta se le fue un poco la mano cuando escribió estos versos:
Me voy,
zarpo ahora,
y podría volver
si no me siento
satisfecho
con lo que he
aprendido
al haber muerto.
Robert Frost nació en San Francisco en
1874 y murió en Boston en 1963. Sin embargo, poco podían imaginarse sus lectores, o tal vez el mismo Frost, que el
desafío teñido de humor de su poema se convertiría en investigación científica
no muchos años después de su muerte.
El fenómeno de las personas que ,
rodeadas de un equipo médico, son dadas por clínicamente muertas, pero que al
cabo de pocos minutos recuperan la vida y más tarde explican su extraordinario
viaje a un no-lugar llamado “más allá”, se viene estudiando a fondo en las
últimas cuatro décadas. Como es sabido, se le ha dado el nombre de experiencias cercanas a la muerte (ECM)
y los casos conocidos son, a día de hoy, muchos miles. Ya en 1982 un sondeo realizado
en Estados Unidos por The Gallup Organization concluyó que un 5% de la
población estadounidense había experimentado una experiencia cercana a la
muerte. En 1998 se hizo una encuesta en Alemania y el porcentaje fue muy
parecido.
Creo que la historia de la
investigación de estas realidades empieza con este nombre: George Richtie.
Richtie era un joven estudiante de Medicina en 1943, cuando fue ingresado por
neumonía doble. Entonces los antibióticos no eran aún de uso corriente y, tras
una fiebre muy alta y un gran dolor en el pecho, murió. Así lo certificó el
médico del hospital. Parece ser que un enfermero presente no quiso aceptar que
no hubiera nada que hacer y propuso administrarle una inyección de adrenalina
en el pecho. A los nueve minutos de su muerte clínica, George Richtie volvió a
la vida. Tenía mucho que contar pero durante años no se atrevió.
Con el tiempo se convirtió en
psiquiatra y comenzó a compartir su experiencia en clases y conferencias. Por
fin, en 1978, escribió un libro: “Regreso del mañana”. Richtie había vivido, en
aquellos minutos de muerte clínica, algunas de las vivencias más características
de este estado: dejar su cuerpo y observarlo tumbado en una cama de hospital,
poder volar y ver los acontecimientos de su vida. Pero también otro rasgo más
singular, como viajar a otras dimensiones. Lo recordaba todo con gran
precisión.
Uno de los asistentes a una de sus
conferencias fue un estudiante de Filosofía llamado Raymond Moody. La historia
de Richtie le impactó pero simplemente la guardó en su memoria. Fue cuatro años
más tarde cuando Moody conoció a un estudiante de su universidad que también
había regresado tras estar clínicamente muerto. Lo sorprendente era que su
historia tenía muchos puntos de contacto con la de Richtie. Este fue,
probablemente, el despegue de todos los abundantes estudios que luego se han
ido produciendo, ya que Moody inició entonces
una búsqueda de casos de resucitación
clínica y pronto le fueron llegando historias. Tantas como para escribir el
libro fundacional de las ECM: “Vida después de la vida”, del que se han vendido
en todo el mundo 15 millones de ejemplares.
La clave de estos estudios, y lo que
tiene especial sentido para tantos lectores, es que las historias se parecen
mucho. Moody ha llegado a señalar doce características de estos viajes
insospechados. Aunque no se repiten los doce rasgos siempre, la práctica
totalidad de estas historias giran en torno a
algunas, o muchas, de estas vivencias. La que sigue es una de ellas.
Fue en setiembre de 1978 cuando esta
mujer se puso de parto. Ella y su marido fueron al hospital con la comadrona. Todo parecía normal. Sin embargo, cuando ingresó en el quirófano, enseguida el
equipo médico comenzó a moverse con nerviosismo y a comunicarse en voz baja. No
le respondieron a la pregunta de si algo iba mal, pero le insistieron en que empezara
a empujar. Ella les dijo que aún no tenía contracciones. Alguien acercó con
prisa la mesita del instrumental quirúrgico. El marido se desmayó, y esto
parece que fue lo último que vio aquella mujer. Lo que siguió ya era cosa de
otra dimensión. Así lo contó ella cuando regresó.
De
golpe me doy cuenta de que estoy mirando hacia abajo, observando a una mujer
tendida en la cama con las piernas sobre los estribos. Veo a las enfermeras y a
los médicos, presas del pánico. Veo un charco de sangre sobre la cama y en el
suelo. Veo unas enormes manos presionando con fuerza la barriga de la mujer. Y
entonces veo a la mujer dando a luz a un niño. Se llevan al bebé a otra
habitación de inmediato. Las enfermeras parecen abatidas.
(…) De nuevo soy testigo de una gran
conmoción. Veloz como una flecha, vuelo a través de un túnel oscuro. Me embarga
un sentimiento de paz y dicha que me sobrepasa. Me siento intensamente
satisfecha, feliz, serena y llena de paz. Oigo una música maravillosa.
Contemplo hermosos colores y flores primorosas
de todos los colores del arco iris en un vasto prado. A lo lejos hay una
bellísima luz, brillante y cálida. Ése es el lugar hacia el que debo marchar.
Vislumbro una silueta con vestimenta clara. Esa figura me está esperando y
extiende una mano. Tengo la sensación de que se trata de una bienvenida efusiva
y afectuosa. Cogidas de la mano, nos movemos hacia esa hermosa y cálida luz.
Entonces ella se desprende de mi mano y se da la vuelta. Siento que algo está
tirando de mí. Reparo en una enfermera, que me abofetea con fuerza las mejillas
y me llama por mi nombre.
Esta mujer había tenido una hemorragia
al comenzar el parto, pero al principio nadie se percató. La criatura nació
muerta y ella también lo estuvo. En 1978, cuando esta historia sucedió, quienes
vivían una experiencia cercana a la muerte solían guardarla en silencio. Era
algo extraño; apenas había estudios sobre ello; la gente desconocía que era una
vivencia bastante común en personas recuperadas de una muerte clínica, y nadie
preguntaba a los protagonistas qué
recordaban de su muerte. Esta mujer tardó veinte años en encontrar a alguien
(en su caso un psicólogo que la trataba de una depresión) que supiera de qué
iba todo aquello y la animara a escribirlo. El salto adelante en el
conocimiento general de las ECM , en estos últimos tiempos, ha sido debido al
empeño y a las investigaciones de médicos y sociólogos. Quiero destacar, entre
bastantes más, dos nombres decisivos.
El primero es Elisabeth Kübler-Ross.
Doctora en Medicina, “honoris causa” por varias universidades, era una experta mundial
en tanatología y autora de libros conocidísimos, no solo entre el personal
sanitario, sino entre el público en general, como “Sobre la muerte y los
moribundos”. Fue precisamente su dedicación intensa al cuidado de los enfermos incurables, cuando la medicina
solía retirarse al concluir que ya nada se podía hacer, la que le llevó sin
pretenderlo a descubrir un caso de experiencia cercana a la muerte: el de la
señora Schwarz, muy parecido al relatado anteriormente. Lo explica en su libro
“La muerte: un amanecer”. A partir de ese momento, Kübler-Ross puso en
marcha una investigación en varios
países, con gentes de todas las edades, razas y creencias, de personas que
tenían algo que explicar tras estar
clínicamente muertas. Las conclusiones de su estudio coinciden con otros
y ella las resumió así en un texto de 1980:
Desde
el momento en que dejamos nuestro cuerpo físico nos damos cuenta de que no
sentimos ya ni pánico, ni miedo, ni pena. Nos percibimos a nosotros mismos como
una entidad física integral. Siempre tenemos conciencia del lugar de la muerte,
ya se trate de la habitación donde transcurrió la enfermedad, de nuestro propio
dormitorio en el que tuvimos el infarto
o del lugar del accidente. Reconocemos muy claramente a las personas que forman
parte de un equipo de reanimación o de un grupo que intenta sacar los restos de
un cuerpo del coche accidentado. Estamos capacitados para mirar todo esto a una
distancia de metros sin que nuestro estado espiritual esté verdaderamente
implicado.
Los estudios que impulsó Kübler-Ross
abarcan tanto casos de resucitación como experiencias en coma o con moribundos.
Kübler-Ross ha subrayado en sus conclusiones uno de los rasgos de las ECM: la
presencia de seres queridos que habían muerto ya, aunque fuera muy poco tiempo
antes, recibiendo a quien acababa de fallecer. Nadie muere solo, decía una y
otra vez. La siguiente historia, en este caso de una mujer en su último suspiro,
refleja este rasgo del viaje al más allá.
La protagonista era una joven india
americana. Fue atropellada y el conductor se dio a la fuga. Un extranjero
acudió a auxiliarla. Cuando la tenía en sus brazos, la joven le dijo que se
estaba muriendo, pero que había algo muy importante que podía hacer por ella.
Si un día iba a la reserva india en que vivía su familia, que le dijera a su
madre esto: “Que estaba bien y que su padre estaba ya muy cerca de ella”. Así
expiró.
El hombre se dirigió de inmediato a la
reserva, que se hallaba a mil kilómetros del lugar del accidente. Cuando se lo
explicó a la madre, ésta le informó de que el padre de la joven había muerto de
un fallo cardiaco sólo una hora antes del accidente de la hija.
Los estudios sobre ECM no han dejado de
crecer en las últimas décadas. Uno de lo más actualizados y completos es “Consciencia más allá de la vida”, del
cardiólogo holandés Pim van Lommel.
En 1969, ya ejerciendo en un hospital,
Van Lommel consiguió recuperar de un paro cardiaco a un paciente que había
estado cuatro minutos inconsciente y con el corazón parado. Todo el equipo
celebró el éxito, menos el paciente, que se mostró de entrada decepcionado por
lo que había tenido que abandonar al volver a la vida. Un túnel, luz, colores,
música, un hermoso paisaje componían la vivencia sorprendente de la que no
deseaba marchar. Pim van Lommel no sabía de qué estaba hablando aquel hombre.
Pero en 1986 leyó el libro que ya cité
al principio: “Regreso del futuro” de George Richtie, y decidió indagar entre
los pacientes que en su centro médico hubieran sobrevivido a una muerte
clínica. Para su sorpresa, escuchó doce relatos, sobre un total de cincuenta
reanimados, con rasgos muy parecidos. A partir de ahí comenzó su propia investigación
durante veinte años, cuyo fruto es este “Consciencia más allá de la vida”. Son muchos
los casos que relata. Escojo uno especialmente sorprendente.
Vicki nació prematura, en 1951, y en la
incubadora se le suministró oxígeno al 100%. Esto le provocó una ceguera
total. A los 22 años sufrió un gravísimo accidente de coche que le produjo
fractura de la base del cráneo y conmoción cerebral. En el hospital se afanaron
en recuperarla, al principio sin éxito, cuando sus constantes fallaron. Lo
relevante es que Vicki vio todo lo
que estaba intentando el equipo médico. Para ella fue terrorífico en un primer
momento, pues nunca había visto nada. Consiguió reconocerse por el anillo de
boda (que conocía por el tacto) y por su pelo. Después dejó el hospital y llegó
a donde, tal como explicó, “había árboles, pájaros y bastante gente, pero todo
ello estaba hecho como de luz Y podía
verlo, y era increíble, realmente bonito, y me sentía aturdida por esa
experiencia, porque antes ni siquiera era capaz de imaginar cómo era la luz.”
Vicki contó que fue recibida por dos
compañeras del colegio, Debby y Diane, también ciegas, que habían fallecido
años atrás. Ya no eran niñas, y “en
aquel lugar parecían brillantes y hermosas, sanas y vitales.”
De
nuevo el papel de los seres que reciben a quien comienza a adentrarse en el
espacio más desconocido para los seres humanos. Van Lommel recoge más relatos
que abundan en este hecho. Éste es otro de ellos.
Durante
mi experiencia cercana a la muerte a
consecuencia de un paro cardiaco, vi tanto a mi abuela ya fallecida como a un
hombre que me observaba afectuoso pero al cual yo no conocía. Transcurridos más
de diez años, mi madre me confió en su lecho de muerte que yo había nacido de
una relación extramatrimonial; mi padre biológico era un hombre judío que había
sido deportado y exterminado en la Segunda Guerra Mundial. Mi madre me enseñó
una fotografía. El hombre desconocido que había visto más de diez años antes
durante mi ECM resultó ser mi padre
biológico.
Hago ahora un alto en las historias para
formular una reflexión que reclama unas líneas. Se trata de una conclusión posible
de estos relatos, recogida y tratada por Van Lommel y otros investigadores. Si
el cerebro queda inactivo durante la experiencia cercana a la muerte (se han
hecho comprobaciones irrebatibles, como el famoso caso de Pam Reynolds), todo
apunta a que la mente humana puede actuar sin el cerebro, es decir, sin base
biológica. Y, por tanto, aunque el cuerpo quede fulminado, el ser humano es
algo más, mucho más, que continúa más allá de la vida, o mejor, en una
siguiente etapa de la vida. No hace falta subrayar la trascendencia de esta posibilidad,
hacia la que apuntan todas estas experiencias.
Y ahora, una referencia personal.
Mientras buscaba información para este “Cuando morir es volver”, yendo de caso
en caso de regresos del más allá, recibí
el anuncio de la visita de unos amigos de mi familia. Se trata de un matrimonio
en la década de los setenta, residentes a unos 400 Km. de mi ciudad, que una
vez al año viajan para pasar unos días con todos nosotros. Y aquello que llamamos
el misterio de la vida volvió a actuar, no sé cómo ni por qué. Yo había
olvidado que ella estuvo clínicamente muerta. Sucedió hace más de veinte años. La
llamaremos María. A su marido,Gabriel. Son personas comunicativas, aunque de
este hecho nunca habíamos hablado. María no tuvo ningún problema en abrirme la
puerta de su experiencia, aunque el rato en que conversamos estuvo rodeado de
cierta solemnidad. Gabriel la escuchaba. Él también tuvo su papel, en el lado
de acá, en este viaje de María, que transcribo con sus propias palabras.
Un
día al despertar me di cuenta de que había tenido un sueño y se lo expliqué al
momento a mi marido. Se trataba de que me llevaban al hospital para hacerme una
revisión completa. El caso es que entonces yo no me sentía mal, pero no lo
dudamos y fuimos al hospital siguiendo el sueño. El primer médico me dijo que
notaba algo en la matriz. El segundo, el ginecólogo, lo confirmó y quiso que me
hiciera una ecografía. Así me detectaron un tumor del tamaño de un garbanzo en
la matriz. Me propuso operar y yo no quise retrasarlo. Quedamos para la misma
semana. Cuando estaba en la operación comenzó todo para mí.
Sucedió al final de la intervención. El corazón de María se apagó. El médico salió del quirófano y tuvo que comunicarle a su marido que
lo lamentaba mucho, pero que su esposa se les había ido. Tan irreversible fue el mensaje, que Gabriel
llamó sin demora a los parientes más próximos para comunicar la defunción de
María. Sin embargo, al cabo de un rato una enfermera, alborozada, le fue a buscar
para darle la sorprendente noticia. El corazón de María había vuelto a latir.
Estaba recuperando la conciencia. Lo que viene a continuación es lo que ella
había vivido en aquellos minutos trágicos para su marido, y tan distintos para
ella.
De
pronto me encontré viendo desde arriba cómo operaban a una mujer, que entonces
no reconocí que fuera yo. Enseguida se formó a mi alrededor una energía
luminosa; había muchos puntitos dorados. No era exactamente un túnel, pero la
energía se iba abriendo paso mientras me llevaba adelante. No había ningún
sonido, si acaso como una suave brisa que daba paz. Aunque al principio no
había nadie, yo me sentía arropada por aquella energía. Divisé al fondo un
grupo de gente con túnicas blancas. Vi un jardín, plantas, árboles ¡todo era
precioso! Y una de aquellas personas abrió los brazos para recibirme. Yo quería
llegar ya a ellos. Pero entonces se oyó una voz: “María, aún no es tu tiempo”.
Esto es lo que dijo exactamente, y quien me esperaba con los brazos abiertos,
los bajó de inmediato. Y fue como si la misma energía que me había llevado
hasta allí me devolviera a mi cuerpo, aquel que al principio no había
reconocido como mío.
Los investigadores de estas experiencias
han llegado a la conclusión de que quienes las viven salen transformadas de
ellas, suelen dar un salto espiritual muy importante. Pregunté a María si algo
había cambiado en ella.
Sé
positivamente que hay algo después. No tengo ningún miedo a morir. También sé
que no se nos castiga. Somos nosotros los que nos castigamos con nuestras
acciones.
Y no me siento nunca sola. Agradezco
cada día todo lo que tengo.
Muchas otras historias, muchos otros
nombres de investigadores podría añadir a la lista de protagonistas de este
“Cuando morir es volver”, pero hay que poner un punto final. Sin embargo, tengo
la sensación de que esta historia de revelaciones del camino desconocido que
nos espera a todos, no ha hecho más que empezar.